El transporte de la madera, a lo largo de grandes kilómetros, supuso desde el primer momento uno de los grandes problemas a superar por el hombre y éste muy pronto se percató de que la fuerza natural de los ríos ofrecía la solución perfecta al dilema. Las corrientes fluviales eran realmente unas magníficas vías de transporte que unían los lejanos bosques de las montañas con la civilización
La maderada era el trabajo que consistía en transportar la madera a través del río desde los bosques, donde los árboles eran cortados, hasta la zona en que ésta sería transformada. Podemos considerar este método como el más natural, ya que se emplea la propia fuerza de la naturaleza que nos ofrece la corriente del río. De esta forma el gasto de energía y el impacto en el entorno natural se reduce al mínimo. Pero en este camino, para ser transportada toda la madera a lo largo de kilómetros y kilómetros de caudales, era imprescindible la valiente y diestra mano de obra de un oficio arriesgado y poco conocido: el oficio de ganchero.
Sin duda alguna, el trabajo del ganchero suponía una auténtica demostración de equilibrio, riesgo y esfuerzo sin igual. En su primera fase, los pinos cortados y descortezados eran transportados hasta los embarcaderos, junto al río, en carros y tiros de bueyes o mulas. Era entonces cuando se amontonaban en entandes o peañas para que los troncos desprendieran todos los jugos y resinas, posibilitando que flotaran posteriormente con mayor facilidad.
Navarro Reverter en su libro “La madera del Turia” del año 1869, nos describe a los gancheros de esta manera:
“Rudo hijo de la serranía de Cuenca, del Alto Tajo […] es por punto general el ganchero fuerte, robusto, bronceado, enjuto y tan insensible como la materia que su gancho guía.
Parco hasta el exceso en el vestir, parece que solo lleva sus anchos calzones para burlarse de las inclemencias del invierno. Ocúpase en las faenas del campo mientras llega la época de la maderada, y cambia entonces la reja del arado por una percha diestramente manejada.