LOS resultados de las elecciones del pasado domingo dejan poco lugar a interpretaciones: ha ganado el Partido Socialista y el partido de Rosa Díez, sobre el que se cierne la incógnita de qué va a hacer en los próximos cuatro años; y han perdido todos los demás, desde la derrota amarga -el Partido Popular ha sumado más apoyos-, al descalabro de Esquerra e IU. Después del recuento, lo más sobresaliente es el calco de la situación de 2004, con excepción de las dos comunidades históricas, Cataluña y el País Vasco, donde los populares ya tenían descontados los malos resultados por la política de los años pasados y por las propuestas de su programa nacional, que tampoco les ha supuesto réditos notables en otras circunscripciones. Quizá con estos resultados llega la hora a los populares de plantearse una política con menos hostilidad hacia esas dos comunidades autónomas, que sí han dicho basta en estas elecciones a los radicalismos extremos y estériles, concretados en el trasvase de votos desde Esquerra Republicana hacia el PSOE, el escaso seguidismo de la abstención en el País Vasco a propuesta del entorno etarra y el ligero descenso del voto nacionalista incapaz de recoger el voto de las formaciones aberzales.